Todo empieza.
Lluvia de dedos
que como gotas
van lamiendo
las mejillas
al cuello.
Nada acaba
cuando un beso
toca hueso
y echa la tristeza
de la cama.
Revolotea la sangre
escupiendo burbujas
sobre la candela
que prenden
las anaranjadas agujas
cuando el forro
de los cuerpos
se choca y se junta.
Y mientras corren
arroyuelos sonrojaos
por las azules carreteras,
como si explotaran
tripas de cereza,
los labios,
en rojas escenas
se desmelenan.
El corazón es un martillo
maldito de latidos vivos
que parece que revienta
el pecho
que lo tiene cautivo
si nadie lo saca
a tomarse un respiro.
La situación se pone dura
y busca cobijo
en un alijo
de lingotes de luna,
un tunel de carne
donde los coches
entran y salen
subiendo la temperatura.
Las uñas muerden
plato de nalgas
sin compasión
y la piel
se da un chapuzón
en las luces doradas
del sudor.
Grito de muelles,
fuelle de suspiros.
Se destila paraíso
poquito a poquito
atadito a la cola
de los gemidos.
Ya llega. Ya llega.
El cielo se agacha
y una manada
de pitidos arrasa
por los oídos.
Ya llega. Llegó.
Caminan hormigas
en las piernas
de los dos.
Se cierran los ojos,
se abren las bocas
y se acabó.
Se va, se va.
Se va igual que vino
mientras las nubes
de remolacha
vuelven a su nido.
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