Cuando las palabras
chocan con las cabezas
en llamas de las cerillas,
cuando ya no quedan
prendas de esperanza
en el baúl de las pupilas,
cuando uno ve,
cuando el otro mira,
cuando los gigantes
tropiezan con el ombligo
del vientre de las colinas.
Salgo al ruedo sin ruedas
con las bocanadas
en toque de queda.
En pelotas,
sin labios de seda
que puedan parir hogueras
con la mecha de una vela
en las negras gargantas
de las infinitas alamedas
que miran al cielo
buscando un bocado
en el campo de estrellas.
La sangre del tiempo
va por las venas del reloj
a paso de caracol,
la muy cabrona,
con su sonrisa burlona
y sus aires de putón,
a la menos pensada
te cambia de una jugada
alegría por desazón,
que me lo han dicho los recovecos
de los huecos del guión,
la anatomía de la cicatriz
del cauce de las cascadas
que a lomos de la nariz
desde el ojo resbala.
Pero tengo un cinturón
abrazado al calzoncillo,
tengo dientes como navajas
y me lío rápido a mordiscos
con el algodón de las nubes,
a ver si esa se sube.
Y si nadie me da alas,
le meto latigazos al viento
firmo el firmamento
sediento de sentimiento.
Si nadie me da alas,
yo me las invento.
Me basto y me sobro
con un sorbo de sol
y una uñita de luna
que me valga de colofón,
un chupito de silencio
y una copa de color
que pueda derramar
en el lienzo del corazón.
Me basto y me sobro yo,
solo yo.
Y lo digo de verdad
aunque sea mentira.
Tendré que olvidar el número dos,
despedirme del último adiós,
volver a la casilla de salida.
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