A las cuatro
de la mañana,
la harina
de las estrellas
se hunde
en las lorzas
del petróleo
confirmando
el luto
de las campanas.
A las cuatro
de la mañana,
los ríos
de las calles
se congelan
en los bosques
de la mirada.
A las cuatro
de la mañana,
los ladridos
de los perros
se quedan
en las aduanas
y el modesto
ronquido
de la brisa
salta por encima
del bigote
posándose
sobre las ventanas.
A las cuatro
de la mañana,
yo ya
no tengo ganas.
A las cuatro
de la mañana,
dimito
en el parlamento
de mi cama.
Que yo
ya no
tengo ganas...
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