La infancia
de las bombillas
se me está
escapando
entre los dedos
como
la escurridiza
saliva
de un riachuelo.
¿Cómo le quito
el azulado pendiente
a la oreja del cielo?
Al final
le salen
estrías
al pañuelo
de lo amargo
que está
el puto caramelo
del quiero
y no puedo.
Con la cabeza
más cuadrada
que un dado,
apresado,
obligado,
presionado,
empujado
a encontrar
soluciones
por mis santos
cojones
busqué
una almohada
en la nube
de un porro,
un remo
en los whiskys
con hielo,
pero
los cuerpos
sin hombros
se llevaron
con ellos
mi consuelo.
Menos espero
encontrar
enfermeros
siguiendo
los letreros
hincados
en los senderos
del monedero.
Y al terminar
el caminar,
con un pie
en el barranco
miro con recelo
las mandíbulas rotas
y los ojos ensangrentados,
mientras me tiro
de los pelos,
mientras asumo
que soy el estúpido
pez sin espinas
que repite plato
en el mismo anzuelo.
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