Un charco de luz
lleno de motas de polvo
revoltosas me despertó.
Con la vista coja,
tirado
en calzoncillos
en medio del salón.
Los ceniceros
vomitaban sus tripas
entre cuerpos
desnudos,
entre colillas muertas,
vasos vacíos,
y latas de cerveza.
Vaya locura de noche.
Vaya dolor de cabeza.
Busqué a la rubia
del rostro desconocido,
la de ojos atrevidos.
Pero era tarde,
ya se había ido.
Juré no volver a beber
en la vida,
pero bebiendo
se olvida.
Eso es siempre
lo que digo,
y lo más seguro,
es que aunque te olvide,
te recuerde
si me encuentro contigo.
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