Ellos no lo saben.
Y así seguirá.
Quizá se entere alguien.
Si puede acercarse
a mí
sin llegarse a quemar.
Quizás,
si ven tras las sonrisas
de acero,
una lágrima de cristal.
Ya no hablo.
Lo que se dice hablar
y no cotorrear
a modo de charlatán.
La única que me escucha
es la almohada
cuando caigo
y me oye callar.
Ellos no lo saben.
No lo sabrán jamás.
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