Hay un momento
en el que
el oro deja de brillar.
Y a las manos
le salen piernas.
Se ponen a caminar.
Solitas,
buscando un cofre
del tesoro
que no van a encontrar.
A estirar
los chicles secos
del suelo,
a batirse
en duelo
con el recuerdo
de los besos.
Por algo
el corazón no tiene huesos.
Por algo
el corazón no tiene huesos.
Porque le dan miedo
los fantasmas de los sabuesos
que se atiborran
de pienso
en el comedero del reloj.
Pero es así,
es el aquí,
si dices hola,
algún día
tendrás que decir adiós.
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