He tirado
el bañador
que usaba
en las playas
de tus ojos.
Mucha sal,
mucha sal.
Y la sal,
mala para el corazón.
Así que llave partida
y cinco cerrojos.
Ahora camino
por la orilla,
arrojando cerillas,
a ver cómo
responden tus entrañas.
Esta vez,
te quedas
con carne de musaraña
en la tela vacía
de tus arañas.
Esta vez
no me engañas.
No,
mi sangre
no volverá
a correr por tus venas.
Olvídate, nena.
Olvídate
de las veces que,
cogiendo tus manos,
escuché
tus estúpidas penas.
Ya no seré
jamás
el principito empapado
de los castillos de arena.
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