A lo lejos,
algunos coches
acariciaban
las autovías,
y el viento,
tontorrón,
nos lamía.
Apoyados
sobre la noche,
nuestras bocas
se buscaban
con ansia,
con locura.
Su cuello
en mi mejilla.
Yo ya la tenía
dura.
Y de repente,
se ve que
no quiso.
Mi cabeza
rodaba bajo
el piso
junto
al palpitante
corazón de la brisa.
Decidí volver
a las autovías
mientras me abrochaba
la camisa.
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