Cuando sale el sol
y la ventana
me despierta,
señoras blancas,
señoras redondas,
en una mesa
desierta.
Cada segundo
de cada día.
Una por la mañana,
otra por la noche,
y si es necesario
otra al mediodía.
Intento olvidaros,
pero truena
vuestra voz muda,
truena el temor
y la duda.
Truena el cielo
en el que la
lluvia os deshace,
en el que
otra vez
necesite ayuda.
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