Las noches
se arreglan
con sus perlitas,
con su luna.
Son la una
y treinta y dos.
Ya he conocido
así a más de una.
Con sus besos,
con sus caricias,
su cuerpo
me absorve
y me vicia,
colándose en mi cama,
se acuestan en mi mirada.
Buscan hablar
y mi corazón no las calla
y van mordiendo las mantas,
clavando cuchillos
en la almohada.
Hasta que,
tarde o temprano,
ellas caen
y conmigo se vienen
de la mano.
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