Congelada en la acera,
sus ojos se morían
entre las negras siluetas
de lo desconocido.
Su pecho ardía en llamas,
sin saber en qué momento
se había perdido.
Su corazón explotó
en mil pedazos
y la sangre se esparcía
como manos desesperadas
luchando por sobrevivir,
clamando ante la roja ventana
por el amor
que una vez sintió,
que no volvió a sentir.
Una lágrima rebosante de dolor
se posó en el suelo
y acabó por volar
en el rizado cabello
de un sangriento cielo.
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