Seguro.
De estar condenado,
eternamente atado
a pelearme a puñetazos
con mi cabeza.
Con esos pensamientos
envenenados
que me envenenan
con la más absoluta
certeza.
Seguro.
Hay demasiadas nubes
para que el sol
se dé un baño de resplandores.
Hay demasiadas puntas rotas
en los lápices de colores.
Más seguro todavía.
Más seguro.
De que el mundo y yo
vivimos
a distintos lados del muro.
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